Marguerite Bennett muestra una primera virtud en Animosity que hace que la serie sea una propuesta atractiva, y es que coge una idea más o menos trillada y le da un tremendo aire de frescura. Lo que nos cuenta es la rebelión de los animales. Un buen día cobran conciencia y toman posiciones con respecto a los dominantes humanos. Esta no es una toma de conciencia progresiva como, por ejemplo, en El planeta de los simios, sino una instantánea y radical, una trama por explicar con causantes y culpables que seguro que da mucho juego en próximos números. Lo que vemos en este primer volumen es una especie de mezcla entre Y, el último hombre (aquí, reseña de su primer volumen) y The Walking Dead (aquí, reseña de su primer volumen) en el que se fusionan muy bien el mismo escenario que idea Bennett, los misterios que plantea la historia, la parte más científica y el relato de supervivencia, que en el fondo es realmente lo que Bennett nos quiere contar. Y ahí sus protagonistas son la pequeña Jesse, una niña de 11 años, y su perro, un sabueso llamado Sandor. Ellos son nuestro hilo conductor en un mundo del que poco a poco vamos conociendo las reglas pero que está sumido en un caos en el que ya resulta imposible dar nada por sentado. Y esa es la gracia, no saber hacia dónde nos lleva Animosity.