Admiradas por Evelyn Waugh, fotografiadas por Cecile Beaton, hijas de artistas, hijastras de uno de los miembros de la poderosa familia Guinness, tremendamente bellas e inteligentes, Zita y Teresa Jungman aparecen en todas las crónicas sociales del Londres de entreguerras. Murieron en la primera década del siglo XXI, ambas a los cientos dos años, en el castillo de Leixlip en Irlanda Esta es su historia, la de dos hermanas que, a pesar del papel que la sociedad les había asignado, lograron ser fieles a sí mismas y murieron centenarias, solas y libres. Pero esta es también la historia de la narradora de esta novela, una mujer que, desde el presente, trata también de desligarse de todas esas miradas que nos determinan y condicionan y de encontrar la suya propia.